Javier Morales Prados /// Film & Photography

LILI

Y el saber profano

Nada en la imagen nos aseguraba lo que para nosotros era lo más vital (1): el saber profano de su voz.

(1) Última oración de la cita de El beso de Judas: Fotografía y verdad de Joan Fontcuberta en Javier Morales: «Legajo y hoja de contacto», FACBA18. Granada: Universidad de Granada, 2018, p. 51.

Hacer algo con la voz es el trabajo secular del artista. Hay un legajo inicial, aunque todo ya haya comenzado antes, que ata la mirada a la voz. ¿De quién es la mirada? ¿De quién es la voz? No hay respuesta, no tiene que haberla, el error es una posibilidad en las preguntas. La mirada es, la voz es. La mirada y la voz unen, se unen. Algo las une: un hilo.
 
El hilo comienza en un taxi camino del psiquiátrico. Lili va sentada en él. Fue arrancada de su hogar, de sus hijos, porque su marido dijo que estaba loca. Lo dijo, y eso fue suficiente. Lili entra en otro lugar, oscuro. Encierro. En la sombra se escuchan otras voces con la apariencia del silencio. Se configura un sistema cerrado de las historias, una expulsión al aire de fragmentos de vida combinados entre aquellos muros diseñados para catalogar personalidades, para marginar a la persona. Entre voces, en el fondo, hay siempre una voz.

La voz tiene una cualidad: atraviesa toda oscuridad. La voz atraviesa toda oscuridad y atraviesa la materia. Si la materia ocupa el espacio y el tiempo vacíos, la voz ocupa el tiempo y el espacio, y los atraviesa. Se queda y se va. ¿Puede una voz salir de su cuerpo? ¿O está siempre la voz en querer salir del cuerpo?

El cuerpo fue inscrito por la voz y se transformó en papel. Lili escribió una carta. Y dos, y tres. Y escribió una canción. Lili inscribió su voz en sus cartas para que algunas personas concretas las leyeran. Lili quiso que la escucharan al otro lado del muro. Pero las cartas no se enviaron y se convirtieron en legajo de su voz. Su voz se quedó entonces allí censurada, en aquel tiempo medido y en aquel espacio construido. Sigue allí. Pero también, al fin, ha salido. Lo que su voz dijo continúa en las lecturas de las cartas y aquella canción, en un tatuaje en otra piel, en otras manos sobre la pared, en el hilo en otra máquina de coser.

Coser el tiempo que une la voz y la mirada. Ayer fue oscuro. Pespunte. En el fondo hay un retrato que hoy comienza de nuevo. La voz del comienzo se ha transformado en la mirada de otros. El oído, ahora, afina voces de ayer. La voz otorga voz, escucha y mirada.

Hacer algo con la voz es el trabajo secular del artista. En Lili y el saber profano, Javier Morales Prados traspasa los muros levantados en otro tiempo para hacer de la mirada una voz, y de la voz, una nueva mirada lúcida desde el margen. La naturaleza íntima de una carta se transforma en testimonio de la historia, y el significado primero de una imagen se abre a la diversificación en su resonancia. Se combinan los documentos institucionales con los personales en las zonas sombrías de la mente y de la historia, de los archivos y de la voz propia. La exposición reúne una proyección de voces y miradas hacia la voz otrora silente de Lili (y tantas otras) y propone un espacio memorial sobre las heridas de nuestra historia, sobre la percepción social acerca de la salud mental, sobre 59 modos de resistencia y sobre las fuentes del saber profano.

Urge iluminar la región del pasado y las voces silenciadas, alumbrar en común el pensamiento.

En común, des-ocultar siempre como urgente labor del arte.


Pablo Trenor Allen

 

Hablo como en mí se habla. No mi voz obstinada en parecer una voz humana sino la otra que atestigua que no he cesado de morar en el bosque.

Alejandra Pizarnik

 

 

Lili y el saber profano, 2021.
Diputación de Granada. ISBN: 978-84-7807-699-4

Una copla desde el manicomio

Fotografiar la locura y mostrarla al mundo ha sido un empeño que algunos artistas se han propuesto a lo largo de la historia (1). Retratar esas inquietantes figuras asociadas a la brujería, la pobreza o la delincuencia que han poblado hospicios, cárceles, instituciones religiosas o nosocomios como el Hospital Real de Granada, nos ha aproximado a la locura. Esas imágenes nos llegan no solo como expresión artística y estética, sino como documentos de archivo que ayudan a conocer y reconstruir las viejas instituciones manicomiales. Las fotografías que mostraron a enfermos del Manicomio Provincial de Granada medio desnudos, tendidos sobre lechos de paja y pisos de piedra, agitaron hace un siglo algunas conciencias. En 1916, el prestigioso psiquiatra Gonzalo Rodríguez Lafora publicaba en el diario España (2) unas fotos que reflejaban el aislamiento, el autismo y la desolación en la que estaban sumergidos los enfermos mentales. Aquel impactante artículo, considerado precursor de la fotografía- denuncia en la psiquiatría española (3), describía las deplorables condiciones de diversas instituciones psiquiátricas, maltratadas y olvidadas, a comienzos del siglo XX.

En aquellos oscuros y lúgubres establecimientos los pacientes, casi nunca voluntariamente, permanecían aislados, en muchas ocasiones de forma perpetua, hasta su fallecimiento. Durante su estancia estaban al cuidado de congregaciones religiosas que contaban con grandes prerrogativas, porque asumían la administración, el gobierno y la economía de las instituciones, y bajo la custodia de un personal escasamente profesionalizado y rudo. Aquellos loqueros o «ceñudos guardianes», en palabras de Lafora, imponían disciplina y hacían cumplir las normas (aseo, higiene, alimentación) y los horarios que organizaban el discurrir diario de internas e internos. Los reglamentos de las instituciones permitían escribir cartas, pero se obligaba a un control sobre ellas amparándose en un argumento paternalista sobre el cuidado o protección al enfermo mental. No obstante, en la lectura de estas letras íntimas subyacía la censura sobre su contenido y un intento de acallar las voces de los pacientes, no solo por los dislates delirantes que pudieran contener, sino porque frecuentemente denunciaban las condiciones de vida en el interior del establecimiento (4).

Investigaciones de las últimas décadas han permitido rescatar algunas de estas misivas que no eran enviadas a sus destinatarios y fueron archivadas en los expedientes clínicos. Muchas mujeres y hombres quedaron desprovistos de la palabra, ya que su voz era escuchada como un sinsentido, aunque hoy sus letras han salido a la luz, reinterpretándolas como parte de la llamada cultura escrita. Además de recuperarse las cartas de célebres artistas, como las escritas en el asilo público de Montdevergues (sur de Francia) por la escultora Camille Claudel, recluida durante treinta años (5), se ha localizado correspondencia en multitud de instituciones psiquiátricas, ya que leerla y retenerla era una práctica universal en ellas. El epistolario publicado como Cartas desde el manicomio. Experiencias de internamiento en la Casa de Santa Isabel de Leganés da protagonismo a estas voces calladas (6), recuperando sentimientos, miedos, ansiedades, sufrimientos o frustraciones, y contribuyendo a construir una historia cultural de la psiquiatría (7).

La escritura de Lili, esa madre de cinco hijos, que ingresó en el Manicomio de Leganés a instancias de su marido, es solo un ejemplo de las numerosas súplicas que los enfermos hacían a sus familiares («Déjame al lado de mis hijos. Déjame cuidar nuestra casa y atenderlos a ellos»). El desconcierto y el desconsuelo teñido de reproche se percibe en algunas preguntas de sus cartas: «¿Tú sabes dónde me has enviado?, ¿tú tienes idea siquiera lo que es un manicomio?». Los internos escribían no solo a familiares y amigos, sino a la prensa, a jueces y a los directores de la institución, pero sus cuartillas estaban sometidas al control de administradores, enfermeros, religiosas y de los propios médicos. Esta mujer que cantaba a ritmo de copla, («Me metió en un taxi, / entre dos loqueros, /y dijo ¡arreando hacia Leganés!.») narra sus vicisitudes en un internamiento que tuvo lugar en agosto de 1944. Su adaptación autobiográfica a la popular copla Tatuaje, interpretada en muchas ocasiones por la famosa Conchita Piquer, coloca a esa Lili encerrada en Leganés, tratando de rebelarse contra su marido y su suerte en el manicomio, al igual que aquellas coplas de la posguerra sirvieron como vehículo del dolor y resistencia de los represaliados (8). Además de la súplica, en sus cartas se advierte una resistencia y un intento de negociación que reflejan casi invariablemente su indefensión, mientras Lili se somete a su vida diaria, organizada en torno a la tarea («Y voy por el pasillo, / siempre del costurero al comedor, / del comedor al costurero, / pero sin dar un tropezón»). La costura, así como otros trabajos domésticos como la limpieza, eran asignadas a las mujeres, a modo de laborterapia (9), ya que los expertos consideraban que el ocio no favorecía la recuperación de la enfermedad mental.

La exposición Lili y el saber profano trata de recuperar, a través de la amable voz de María Victoria Ramírez, que interpreta la adaptada copla de Tatuaje, los sentimientos y la vida de esta joven mujer en el manicomio madrileño. No obstante, la ironía de esta canción, que intenta ahuyentar la pena de quien la ha _ escrito, las frustradas cartas como modo de llevar los sentimientos más allá de los 65 altos muros del frenocomio, son la voz de muchas mujeres en Granada, Madrid o cualquier otro lugar del mundo. Estas palabras que, junto a las fotografías reales —o magistralmente recreadas por Javier Morales en esta exposición—, fueron truncadas hace 80 años, resurgen hoy para redimir el sufrimiento de aquellas personas sometidas a vigilancia y control, mientras se anulaban sus súplicas y deseos en aras de su desorden mental. La reconstrucción de estas letras, la costura, el lamento de la copla nos acerca a otras Lilis, permitiéndonos escribir una parte de la historia de la locura hasta hace poco silenciada, una parte de la historia contada ahora desde ese «saber profano», un saber que solo pueden trasmitir las y los que lo han vivido y lo viven en primera persona.

 

Olga Villasante
Hospital Universitario Severo Ochoa (Leganés, Madrid)

(1) http://psiquifotos.com
(2) G. Rodríguez Lafora (1916): «Los manicomios españoles», España, 12 octubre, pp. 8-10. http://psiquifotos.com/2009/10/89-los-manicomios-espanoles-de-lafora.html
(3) O. Martínez Azumendi y L. Serrulla Vangeneberg (2008): «Siglo y medio de psiquiatría a través de la fotografia italiana», Frenia2008, pp. 183-206. 
(4) O. Villasante (2018): «El control de la correspondencia de los enfermos mentales en las instituciones psiquiátricas españolas: entre el cuidado y la censura, 1852-1987», História, Ciências, Saúde – Manguinhos, pp. 25, 3, 763-778.
(5) C. Claudel (2010): Correspondencia, Madrid: Síntesis.
(6) O. Villasante, R. Candela, A. Conseglieri y otros (2018): Cartas desde el manicomio. Experiencias de internamiento en la Casa de Santa Isabel de Leganés, Madrid: Los Libros de la Catarata.
(7) R. Huertas (2012): Historia cultural de la psiquiatría, Madrid: Los Libros de la Catarata.
(8) S. Sieburth (2016): Coplas para sobrevivir. Conchita Piquer, los vencidos y la represión franquista, Madrid: Cátedra.
(9) A. Conseglieri, y O. Villasante: «Shock therapies in Spain (1939-1952) after the Civil War: Santa Isabel National Mental Asylum in Leganés», History of Psychiatry, 32, 4, pp. 1-17.

 

Fotografías de sala: Pablo Trenor Allen